Carlomagno
fue bastante explícito en sus Capitulares; las buenas hierbas
aromáticas debían ser plantadas en los huertos de los monasterios y de
los castillos, teniendo como función específica la de mejorar el sabor
de los guisos. Y el tomillo, al igual que las demás hierbas, tenía que
figurar en lugar destacado.Se
dice que la infusión de tomillo favorece el trabajo intelectual y en
otro tiempo se decía que era el antibiótico del pobre, por sus
propiedades antisépticas.
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