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lunes, 9 de septiembre de 2013

CRÓNICA SOBRE UN PUENTE. Tavira. Portugal.



Posiblemente uno de los símbolos de la ciudad portuguesa de Tavira, sea uno de sus puentes sobre el río Giláo. Me refiero al conocido como “Ponte antiga”, que une las dos orillas de este río en el centro de la ciudad. Existen diversas hipótesis sobre su origen. Es posible que en época romana ya existiera un puente sobre este río. Sí se sabe que en época medieval  fue reconstruido y por ello se le conoce también como “Ponte Románica de Tavira”. Hasta 1989 el puente soportaba también el paso de los vehículos, pero después de las inundaciones de ese año, pasó a ser sólo peatonal, sin duda un gran acierto.
Cuando uno pasea por este puente o se sienta allí a observar, es como estar en otro mundo, tiene algo especial. Con mi cámara he querido atrapar alguno de esos momentos que se pueden contemplar en este puente o desde él, en blanco y negro y en color.
Al amanecer, cuando el trasiego de personas aún es mínimo, observo a ese abuelo apoyado en su bastón, con paso inseguro cruzando desde la orilla Sur hasta la orilla Norte, con la mirada perdida. Abajo, en el lecho del río, un hombre busca almejas removiendo el fondo, es una práctica habitual aquí. A la caída de la tarde con esas luces y sombras que el sol, bajando por la zona alta del río va dejando, ilumina a la chica de la bicicleta y poco a poco cae la noche, las figuras se difuminan. Y llega la noche, el momento de más bullicio. A esta hora ya se ha acomodado sobre su baranda algún músico callejero, llenando el aire de melodías universalmente conocidas como La vie en rose o Twist And Shout de Los Beatles. Miradas de parejas enamoradas que pasean agarrados de la mano y otras que sin embargo, por el semblante de sus caras, parecen enfadados, mientras las luces de las farolas se reflejan en los adoquines del suelo muy brillantes a causa de las miles de pisadas que los han pulido día a día hasta parecer cristal. La gente mira aguas abajo, observando como las luces iluminan otros puentes menos románticos y los reflejos de esas luces en las aguas quietas del río, o quizás queriendo apartar la mirada para no ver a la señora que pide limosna, sentada en la acera del puente, la miseria del puente, la miseria de la vida. Apartemos la vista, parecen decir, para no sentirnos culpables de tanta injusticia. Ahora el músico callejero, con su guitarra amplificada, toca algo que me suena a Eric Clapton. Como diría mi abuela, entre col y col, lechuga.
 



 Recogiendo almejas en el río.

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