Mientras observaba
con detenimiento, este dolmen de “La
Lapita” en una dehesa de Barcarrota, Badajoz, pensaba yo, el
tremendo esfuerzo que debió suponer para
aquellos hombres de la antigüedad, transportar y subir esa gran roca, a la
“techumbre” de este sepulcro milenario. Y me llamaba también la atención, la gran precisión a la hora de
construir la entrada, perfectamente orientada hacia el Este, a la salida del
sol. Mi brújula señala un ligero, ligerísimo error hacia el Norte. Este dolmen
está considerado como de corredor corto y cámara circular; se encuentra sobre
una pequeña elevación del terreno, enclavado en una maravillosa dehesa bien
cuidada, donde predominan los alcornoques de rollizas y brillantes bellotas, mezclados con algunas
encinas. Las vacas pastan indiferentes ante mi presencia.
En el interior de
este monumento sagrado, en la base de las rocas hincadas, al amparo de la
humedad y la sombra, crecen plantas de candilitos con sus discretas flores. Un becerro ha dejado sus huellas en la tierra
húmeda del suelo de la cámara principal. A pocos metros hacia el Sur se observa
un regato de agua, ahora seco. Hacia el Oeste, un estanque pone de manifiesto
que aquellos hombres de antaño eligieron un lugar donde no faltaba el agua.
El dolmen se encuentra en una dehesa de alcornoques y encinas.
Interior del dolmen.
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